viernes, 19 de febrero de 2016

Sobre la protección a los animales (mascotas…y no mascotas)

La ley contra el maltrato animal sancionada a principio de año por el presidente de la república es mucho más modesta que lo que su título sugiere. Esta es en verdad una ley contra el maltrato a las mascotas (entiéndase principalmente gatos y perros), mientras que salen de su alcance otros animales que también son maltratados diariamente en este país como son los las vacas, los pollos o los cerdos.  

Desde que se sancionó esta ley me he dedicado a buscar –con poca suerte- la verdadera diferencia entre maltratar a una mascota o a un pollo. Es decir, no he podido encontrar una diferencia entre el señor en el Chocó que maltrató a un perro de monte con un machete  hasta matarlo y la mujer que persigue una gallina asustada, la agarra, le parte el cuello, medio viva la mete en agua hirviendo para quitarle las plumas y luego la vuelve alimento. Me gustaría ver una diferencia, pero no logro verla. He pensado que la diferencia puede estar relacionada con que justificamos maltratar animales siempre y cuando sea para alimento, pero creo que la indignación que causó la matanza del perro en el chocó no hubiera cambiado si el hombre se hubiera comido al perro.

Los antropólogos nos dicen que hace  más o menos 11.000 años los humanos decidimos que algunos animales eran mascotas y otros animales eran para comer y esclavizar. Decidimos por alguna razón desconocida que las mascotas tienen un derecho especial mientras que los otros son animales de tercera categoría. Los primeros son amigos, los segundos son comida. Los primeros merecen todo, incluso una ley de protección, los segundos solo la muerte. Esta categorización jerárquica entre animales viene de una distinción meramente humana, no está relacionada con ninguna diferencia biológica; biológicamente todos estos animales tienen la capacidad de sufrir y esto es, tal como decía el filósofo Jeremy Bentham en el siglo XVIII, lo único que debería importar a la hora de decidir si hay que protegerlos o no.

¿Debería entonces la ley de protección animal proteger a todos los animales, mascotas y no mascotas? pues para ser coherente con su nombre sí, pero, por razones prácticas, no estoy tan segura. Existen experiencias históricas donde medidas parecidas han funcionado. Por ejemplo, en el año 670 D.C el  emperador Tenmu en el  Japón  prohibió la caza y la pesca, y esta prohibición se logró mantener por más de dos siglos. Sin embargo, experiencias más recientes nos muestran resultados desastrosos. Por ejemplo, hace 3 años el Partido Verde alemán, en su afán de proteger a los animales de granja, propuso como plan de gobierno que las instituciones estatales  no vendieran animales en sus cantinas al menos un día a la semana. Aparte de algunas sociedades animalistas, nadie les siguió la cuerda. Otro ejemplo desastroso viene de la India donde al menos 10 estados prohíben matar animales, principalmente vacas, y de donde nos llegan frecuentemente historias de violentos linchamientos públicos hacia los indios que son descubiertos guardando o comiendo animales en secreto. En Colombia, que nos matamos por respirar, yo no quisiera ni empezar una discusión así de polarizante.

Lo que me gustaría sería que a la ley contra el  maltrato animal la llamáramos por su nombre: ley contra el maltrato a las mascotas y que al resto de los animales los protegiéramos los que conscientemente y con amor nos oponemos a su maltrato todos los días mediante el acto político de decidir qué llevar a nuestra mesa. Soy optimista en que, como fantaseaba Leonardo Da Vinci hace 500 años,  “llegará el día en que los hombres verán el asesinato de animales como ahora ven el asesinato de hombres” y que los animales, mascotas y no mascotas, podrán vivir felices y libres de sufrimiento.