La ley contra el maltrato animal sancionada a principio de año
por el presidente de la república es mucho más modesta que lo que su título
sugiere. Esta es en verdad una ley contra el maltrato a las mascotas
(entiéndase principalmente gatos y perros), mientras que salen de su alcance
otros animales que también son maltratados diariamente en este país como son
los las vacas, los pollos o los cerdos.
Desde que se sancionó esta ley me he dedicado a buscar –con poca suerte-
la verdadera diferencia entre maltratar a una mascota o a un pollo. Es decir,
no he podido encontrar una diferencia entre el señor en el Chocó que maltrató a
un perro de monte con un machete hasta
matarlo y la mujer que persigue una gallina asustada, la agarra, le parte el
cuello, medio viva la mete en agua hirviendo para quitarle las plumas y luego
la vuelve alimento. Me gustaría ver una diferencia, pero no logro verla. He
pensado que la diferencia puede estar relacionada con que justificamos
maltratar animales siempre y cuando sea para alimento, pero creo que la
indignación que causó la matanza del perro en el chocó no hubiera cambiado si
el hombre se hubiera comido al perro.
Los antropólogos nos dicen que hace
más o menos 11.000 años los humanos decidimos que algunos animales eran
mascotas y otros animales eran para comer y esclavizar. Decidimos por alguna
razón desconocida que las mascotas tienen un derecho especial mientras que los otros
son animales de tercera categoría. Los primeros son amigos, los segundos son
comida. Los primeros merecen todo, incluso una ley de protección, los segundos
solo la muerte. Esta categorización jerárquica entre animales viene de una
distinción meramente humana, no está relacionada con ninguna diferencia
biológica; biológicamente todos estos animales tienen la capacidad de sufrir y esto es,
tal como decía el filósofo Jeremy Bentham en el siglo XVIII, lo único que
debería importar a la hora de decidir si hay que protegerlos o no.
¿Debería entonces la ley de protección animal proteger a todos los
animales, mascotas y no mascotas? pues para ser coherente con su nombre sí,
pero, por razones prácticas, no estoy tan segura. Existen experiencias históricas donde medidas
parecidas han funcionado. Por ejemplo, en el año 670 D.C el emperador Tenmu en el Japón prohibió la caza y la pesca, y esta
prohibición se logró mantener por más de dos siglos. Sin embargo, experiencias
más recientes nos muestran resultados desastrosos. Por ejemplo, hace 3 años el
Partido Verde alemán, en su afán de proteger a los animales de granja, propuso
como plan de gobierno que las instituciones estatales no vendieran animales en sus cantinas al menos
un día a la semana. Aparte de algunas sociedades animalistas, nadie les siguió la
cuerda. Otro ejemplo desastroso viene
de la India donde al menos 10 estados prohíben matar animales, principalmente
vacas, y de donde nos llegan frecuentemente historias de violentos linchamientos
públicos hacia los indios que son descubiertos guardando o comiendo animales en
secreto. En Colombia, que nos matamos por respirar, yo no quisiera ni empezar una
discusión así de polarizante.
Lo que me gustaría sería que a la ley contra el maltrato animal la llamáramos
por su nombre: ley contra el maltrato a las mascotas y que al resto de los animales
los protegiéramos los que conscientemente y con amor nos oponemos a su maltrato
todos los días mediante el acto político de decidir qué llevar a nuestra mesa.
Soy optimista en que, como fantaseaba Leonardo Da Vinci hace 500 años, “llegará el día en que los hombres verán el
asesinato de animales como ahora ven el asesinato de hombres” y que los animales, mascotas y no mascotas, podrán vivir felices y libres de sufrimiento.